El testimonio de un joven futbolista tumbesino de 15 años que avisora un antes y después en el fútbol peruano, a partir de su experiencia en la selección Sub-17 regional.
Por Renzo Pucce
Hace dos semanas aproximadamente, Luis Jhefferson Carrillo Arica reemplazó su viaje de 30 minutos en auto para trasladarse desde su casa en Zarumilla al Centro de Alto Rendimiento de Tumbes, por un vuelo de dos horas con destino a Lima. A sus 15 años, dejaba su retirado recinto, ubicado cerca de la frontera con Ecuador, para venir a la capital por primera vez. Un distanciamiento familiar extraño pero especial, al tratarse de un motivo vinculado estrechamente con la representación nacional y el fútbol. Había sido incluido en la nómina de 39 futbolistas del interior del país convocados a la selección Sub-17 regional que iban a entrenar durante tres días consecutivos en la Villa Deportiva Nacional para ser observados por la Unidad Técnica de Menores (UTM).
Del lunes 19 al miércoles 21 de septiembre, Carrillo lució sus mejores trajes para captar la atención de los miembros de la UTM. Particularmente, de su director general, Daniel Ahmed, y del entrenador de la selección peruana Sub-17, Juan José Oré. Después de cada práctica, hospedado en las instalaciones del Complejo Deportivo de la Federación Peruana de Fútbol (FPF), reflexionaba y recobraba energías para rendir mejor al día siguiente. Una tarea obligada si pretendía ganarse un cupo en el seleccionado nacional de la categoría. La triple jornada de evaluación había culminado y una foto grupal de todos los chicos con el comando técnico completaba su primer recuerdo en una preselección juvenil.
Carrillo Arica preparaba sus maletas para el regreso a su natal Zarumilla con la profunda esperanza de regresar en unos días. 48 horas después, una publicación de la página oficial de la FPF en Facebook le anunciaba que efectivamente debía volver a Lima para sumarse al vigésimo tercer microciclo de la selección Sub-17 junto a 38 convocados más, de los cuales alrededor de 20 procedían de provincia. El resto era el grupo de futbolistas de equipos de la capital, habitualmente insertados en las convocatorias. No arribaba solo, venía acompañado de su amigo Alberth Peña. Ellos fueron los dos únicos representantes de Tumbes de los cuatro que citaron inicialmente.
El lunes 27 de septiembre, el bajo, pero habilidoso delantero tumbesino, arrancaba su segunda triple jornada de entrenamientos bajo la supervisión de la UTM. El mecanismo de medición constaba de partidos de práctica disputados entre los convocados de Lima y de provincia. El último y más inmediato filtro que tenía para convencer a los seleccionadores de su potencial como futbolista. Así que debía sacarle brillo a su talento y demostrar que está a la altura del nivel demandado por una selección. Esta vez, en la despedida ya no habría foto, sino una reservada actitud de Ahmed y compañía. Para cualquiera de los jugadores del interior del país resultaba imposible descifrar alguna señal de aprobación o preferencia por parte del comando técnico que les invite a pensar en una posterior convocatoria. Con esa intriga natural partió Carrillo, pero satisfecho de la experiencia vivida.
“Una experiencia inolvidable que nadie me la va a quitar. Di todo mi esfuerzo. Aunque no pueda quedar, la vida sigue y más adelante van a haber más oportunidades”, sostiene Luis Carrillo que se aferra a la posibilidad de ser citado nuevamente, a partir de la próxima visoría que se realizará en Tumbes. Lejos de ser pesimista, reconoce que la competencia ha sido dura y pareja con sus demás compañeros. “He visto muchachos que también juegan bien. Todos quieren tener un cupo y se esfuerzan. Cuando eres delantero, tienes que esforzarte más. A veces te tocan defensores débiles, y otras, fuertes”.
Para Luis Carrillo, el hecho de haber sido observado en el CAR de su región, ser convocado a una preselección juvenil, trasladarse a Lima para ser evaluado junto a otros chicos de distintas regiones del Perú guarda un mensaje significativamente alentador y reconfortante. Siente que la iniciativa de la Federación Peruana de Fútbol de armar un programa de visorías a nivel nacional, que desemboque en una selección nacional, va a evitar que el nivel socioeconómico expanda la brecha de desigualdad de oportunidades en el fútbol formativo.
“Veía que los chicos de Tumbes, que tenían plata, venían a jugar acá (Lima). Hay niños que juegan bien, mueven bien su balón y a veces, como no hay la economía, no salen. Con esto que ha dado la Federación Peruana de Fútbol van a sacar jóvenes desde abajo que van a luchar por la blanquirroja”, explica a su modo Carrillo una realidad que se replica no solo en el deporte, sino a nivel de sociedad.
Luis Jhefferson Carrillo Arica atesora la chance de representar a Perú en el Sudamericano Sub-17 Chile 2017, una proyección impensada para un adolescente de Tumbes que aspiraba a convertirse en futbolista profesional años atrás y que debía conformarse con ver por televisión a sus pares representando al país. Él está preparado para cualquier escenario y como buen delantero intentará aprovecha la situación de gol que se le presente en el área. Si no es ahora, será mañana. De todas formas, su sueño es ambicioso y a partir de hora, puede ser real.
“Si no quedo, voy a seguir preparándome para tomar un cupo en la selección peruana. Uno quiere estar en la selección peruana para llegar a una Copa América o a un Mundial”, anhela.
Luis Carrillo ya es visible, al igual que los miles de jóvenes futbolistas del interior del país que saldrán del anonimato para justificar con creces la cruzada nacional que se pedía a gritos para descentralizar el fútbol peruano.