Escrito por: Martín Salinas Cisneros, @amrtinaslinas
¿Está bien “jugarle a la boquilla” a los rivales? El fútbol es un espacio de infinitas situaciones y múltiples dilemas morales –algunos con mayores complejidades que otros– que merecen ser atendidos. En esta ocasión, reflexionamos brevemente desde una perspectiva ética sobre la desestabilización verbal en el fútbol formativo.
“El fútbol es una práctica social –popular, relevante y mediática– y, por lo tanto, comporta elementos morales.”
Existe una idea muy extendida que sostiene que en ciertas situaciones y de determinadas maneras, “jugarle a la boquilla” a un rival es válido para obtener una ventaja sobre este. Se cree que, sin llegar al punto de “faltar el respeto” u “ofender”, es posible desestabilizarlo psicológicamente mediante el recurso verbal y que esto es permisible. Si bien hay cierto consenso –al menos declarativamente– sobre repudiar y censurar los insultos y las faltas de respeto, se da luz verde e incluso se considera aconsejable el uso de determinadas intervenciones verbales con el fin de afectar anímicamente al oponente. Ahora bien, ¿qué es exactamente “faltar el respeto” u “ofender”? ¿Cómo “jugar a la boquilla” sin hacer lo anterior? En caso esto fuera posible, ¿estaría bien hacerlo?
Es cierto que existen matices en todo aquello que se dice dentro del terreno de juego y es cierto también que hay algunos ejemplos que podemos ubicar dentro de un terreno un poco más gris o incierto. Pensemos en el caso de decirle al encargado de ejecutar un penal que no sabe patear o que está nervioso o, en otra circunstancia, decir en voz alta que tal jugador “se marca solo” o que “no pasa nada con él”. Sin embargo, en el fondo estos recursos de “desestabilización verbal sin insultar” van en contra de los fines fundamentales del deporte –si se concibe como parte intrínseca de este la dimensión moral y ciudadana– como lo son el despliegue máximo de las propias habilidades o el hecho de jugar por considerarse esto un fin en sí mismo, sacando lo mejor de uno al hacerlo. La dimensión moral y ciudadana del deporte educativo, y del fútbol formativo específicamente, es parte de su razón de ser: este tiene una función educativa, formadora y pedagógica que lo define.
Además, otro de los problemas de la desestabilización verbal es que se establece un límite sumamente difuso para determinar lo que es válido decir y lo que no, por lo que este tiende a traspasarse muy frecuentemente. Dónde poner el límite es confuso y eso lleva a que este se establezca por preferencias personales y arbitrarias. Por ejemplo, algunos entrenadores consideran que pifiar un himno nacional es una agresión grave pero que los gritos de mono a jugadores de raza negra sí hay que aguantarlos pues componen el “folclore” del juego. ¿Por qué sí sería válido denigrar la identidad de algunos? Por otro lado, lo vulgar o los insultos son, en muchos casos, concebidos como faltas de respeto simplemente por el tipo de palabras que se utilizan, pero las intenciones de ofender más disimuladas pueden pasarse por alto. En el colmo de lo absurdo, hay entrenadores que creen que una lisura es inadmisible pero que referirse a algún familiar o a la pareja de un rival sí sería válido siempre y cuando no se utilicen “malas palabras”.
“Este recurso va en contra de los fines fundamentales del deporte, como el despliegue máximo de las propias habilidades o el hecho de jugar por sí mismo dando lo mejor de uno.”
Los que utilizan estos recursos o los que argumentan a favor de su uso suelen justificarse instrumentalmente a manera de costo-beneficio. Sostienen que esto es útil y difícilmente percibido o sancionado por el árbitro. Sin embargo, ese razonamiento es débil y puede utilizarse de la misma manera para justificar intervenciones más violentas, como el denigrar a un rival por cuestiones relativas a la raza, nacionalidad, religión, orientación sexual, etc. Si nos quedamos en este argumento corremos el riesgo de justificar cualquier medio para obtener una victoria. Sabemos que cuando el fin justifica los medios la dinámica del juego y de la competencia sana se pervierte. Esto es aún más relevante en contextos educativos como el fútbol formativo.
Finalmente, decir que pasa en todos lados también es otra manera de relativizar la intimidación verbal, desde la más violenta hasta la más disimulada. Sabemos que es una realidad del fútbol peruano, sudamericano e incluso mundial el uso de “la boquilla”, pero, uno, ello no la hace buena, y dos, si nos quedamos en una descripción de los hechos perdemos nuestra capacidad de agencia moral. El rol de las instituciones, directivos, entrenadores, psicólogos y comunicadores del fútbol formativo no debe perder su sentido de transformación social y educativa.
“La dimensión moral y ciudadana del fútbol formativo es parte de su razón de ser: este tiene una función educativa, formadora y pedagógica que lo define.”