Reflexión

Los retos del entrenamiento de niños y jóvenes futbolistas

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Solo el 15% de los niños que abandonan la práctica deportiva antes de acabar la secundaria lo hacen porque no se consideran lo suficientemente buenos. En cambio, alrededor del 70% lo hacen porque no se están divirtiendo o por problemas con el entrenador. ¿Cuáles son, entonces, los verdaderos retos del entrenamiento de jóvenes futbolistas? ¿Ganar el campeonato y nada más? A continuación, discutimos algunas ideas generales sobre los desafíos que deben considerarse en el entrenamiento para que este sea un espacio realmente transformador.

 

Deporte como hábito de vida

Uno de los retos del fútbol formativo está en diseñar e implementar un sistema de entrenamiento que promueva la participación en actividades deportivas durante toda la vida. Es decir, que comprometa, implique y motive a los niños a siempre seguir haciendo deporte. Este modelo se conoce en Estados Unidos como “Long Term Athlete Development” (desarrollo de largo plazo del atleta) y entiende que cada etapa del ciclo vital presenta sus propias oportunidades de aprendizaje, empezando en la niñez y considerando la posibilidad de que el niño persiga convertirse en futbolista profesional o que, en todo caso, el fútbol lo practique de manera amateur o recreativa. Se trata, según este modelo, de maximizar el desarrollo del talento de elite y, paralelamente, alentar a todos a mantener el deporte como hábito de vida.

Por ello, que todos los niños se mantengan en el futuro dentro de la práctica deportiva, por los beneficios que esta podría traer para su salud física y psicológica, por su poder transformador y por su potencial preventivo contra la violencia y la exclusión, es uno de los grandes retos que deben asumir los entrenadores y gestores de fútbol de menores. Como hemos sostenido en repetidas oportunidades, si el fútbol de menores se reduce a ganar un torneo a fin de año o exclusivamente a sacar jugadores para que sean profesionales, seguro que nos estaremos equivocando.

“Alrededor del 70% de los niños que abandonan la práctica deportiva antes de acabar la secundaria lo hacen porque no se están divirtiendo o por problemas con el entrenador.”

 

Fútbol para el desarrollo ciudadano

El fútbol no es formativo por sí mismo, sino más bien lo que se haga de él. Seguro que cuenta con un gran potencial transformador y preventivo contra la violencia, pero este debe ejercerse deliberada y conscientemente. No por indicarle a un grupo de niños que pateen un balón estaremos promoviendo que sean mejores personas.

El reconocimiento del rival como distinto a uno pero no por ello inferior, sino digno de respeto y consideración, es un aprendizaje central. / AP.

Se trata, entre muchas otras cosas, de utilizar la infinidad y riqueza de situaciones que provee el fútbol para que los niños aprendan a reconocer a sus rivales como distintos a uno, pero no por ello inferiores sino dignos de respeto y consideración. Que se cuestionen sobre lo que es justo o no en el juego y en la convivencia como equipo. Que aprendan a pensar autónoma y críticamente sobre el fútbol, las relaciones que en él se generan y todo aquello que lo rodea. Que no sean simples receptores pasivos de indicaciones y que su rol no se reduzca a la repetición mecánica de movimientos preestablecidos. Que se construya la idea de que el fútbol no es solo un espacio de competencia descarnada, sino de comunión y cooperación principalmente.

Entonces, en el fútbol se presentan múltiples dilemas socio-morales de manera constante como para quedarnos simplemente en la consigna tan elemental de “no hacer daño”. Intervenir sobre estos insumos, así como centrarse en el potencial del juego y no exclusivamente en lo que este prohíbe son otras de las tareas claves para entrenadores y gestores del fútbol de menores.

“El potencial transformador y preventivo contra la violencia del fútbol debe ejercerse deliberada y conscientemente.”

 

Si es juego se disfruta

Un reto complejo es combinar las ideas anteriores con un entrenamiento que sea desafiante y que se disfrute. Permitir que los niños experimenten con el error y que tomen decisiones por sí mismos tiene una repercusión en cómo se sienten respecto al juego. Si el entrenamiento simula la realidad inmensamente compleja del fútbol seguro se disfrutará más, además de convertirse en un espacio de verdadero aprendizaje. Es indispensable que los niños que juegan al fútbol sean felices haciéndolo.

El concepto de flow, propuesto por el psicólogo Mihály Csíkszentmihályi y que revisamos en un artículo previo, sirve para profundizar en este punto. El flow sucede cuando hay un balance entre los retos o desafíos del juego y las habilidades percibidas por uno mismo. Cuando los retos son mayores que en promedio, y cuando las habilidades percibidas por uno mismo son también mayores que en promedio, nos encontramos en este estado. Este gráfico lo ilustra más claramente:

Flow: diferentes estados según el nivel de desafío y el nivel de habilidad percibido. / enriquecetupsicologia.com

El desbalance entre retos y habilidades genera ansiedad por un lado, o aburrimiento por el otro. En flow, más bien, los niños se mantienen mejor y más tiempo implicados en la tarea. Se perciben en cierto control de la situación, pero aún así retados por la misma sin ser sobrepasados al punto de sentirse incompetentes: el logro está al alcance del niño.

En dicho artículo también señalamos: “Muchos atletas describen la ausencia de esfuerzo en su rendimiento mientras están alcanzando sus mejores marcas. La mejores actuaciones individuales que recordemos, propias o como espectadores, seguramente han tenido componentes del estado de flow. Los niños futbolistas deben estar permanentemente expuestos a situaciones desafiantes para sus habilidades, puesto que no solo serán estas experiencias las de mayor aprendizaje, sino también las de mayor disfrute.” Para ello es necesario que las actividades sean siempre novedosas y que se renueven constantemente.

Recordemos siempre que el fútbol, antes que una profesión, un negocio o un espectáculo, antes que un fenómeno cultural, una ciencia o un arte, es un juego. Si no se disfruta, no es juego. Y si no es juego, no es fútbol.

“En flow, los niños se mantienen mejor y más tiempo implicados en la tarea. Se perciben en cierto control de la situación, pero aún así retados por la misma.”

 

A la medida del niño

Horst Wein (1941-2016) fue un reconocido entrenador de fútbol formativo que marcó un hito con su libro “Fútbol a la medida del niño”. En términos generales, en dicho libro Wein señala el error, todavía común, de intentar adaptar al niño al fútbol en lugar de adaptar el fútbol al niño. En términos psicológicos y motores, el niño es cualitativamente, y no solo cuantitativamente, diferente del adulto, por lo que el juego también debe ser distinto. A partir de ahí, realiza una propuesta de intervención para el fútbol de menores, cuantitativamente (p.e. tiempos y cargas físicas reducidas para evitar lesiones y el sobre-entrenamiento) y cualitativamente (p.e. tipos de juego, maximizar contactos con el balón) adaptada. Asimismo, considera el crecimiento y la madurez como variables relevantes.

En este sentido, los objetivos del fútbol se han de adaptar a la etapa del desarrollo de los jugadores. Hasta los 12 años, el disfrute por la actividad y el aprendizaje deben necesariamente ser los ejes del entrenamiento y la competencia. El juego debe ser de acuerdo a su edad y de acuerdo a lo que concebimos como “fútbol formativo”. Por ello, si lo que se quiere es educar a través del fútbol, el juego limpio debe ocupar un lugar nuclear dentro de lo que se haga en el entrenamiento, y convertirse en aquello que justifique que el fútbol ocurra.

Para esto, consideremos como etapa de “literacidad física” la que va entre los 0 a 12 años de edad. En un primer momento (0-6 años) se requiere propiciar que el niño tenga un inicio activo, que se sienta con confianza, competente y cómodo con la posibilidad de explorar su propio cuerpo y su entorno e introducir una amplia gama de movimientos y actividades en lugar de priorizar un entrenamiento formal y rígido, que más bien sería perjudicial. Luego se da un período de aprendizaje lúdico de fundamentos (6-9 años), en el que el énfasis está en que los niños se diviertan en las actividades deportivas, hagan amistades, realicen una “degustación” de distintos deportes y que empiecen a desarrollar los fundamentos técnicos de estos. Finalmente, entre los 9 y los 12 años empieza la etapa de “aprender a entrenar”, aprovechando el desarrollo cerebral más cercano a la adultez y la llamada “edad de la razón”, en la que el niño adquiere nuevas capacidades lógicas y racionales, al tiempo que se refinan fundamentos y se desarrolla la resistencia y la fuerza.

Hay una ventana de oportunidad para el aprendizaje de los fundamentos técnicos, sobre los que luego se construirán habilidades más complejas y específicas. Dichos aprendizajes fundamentales serán mucho más difíciles de construir cuando sean adultos. La estabilidad y el control del propio cuerpo, los desplazamientos o el control del objeto (balón en este caso) deben desarrollarse desde este momento inicial.

“Todavía es un error común intentar adaptar al niño al fútbol en lugar de adaptar el fútbol al niño.”

 

El entrenador de menores como educador

Entonces, ¿se trata solo de ganar? En menores sobre todo, ¿para qué se juega? Esta última es una pregunta que debe servir como guía para todo aquello que se haga. Recordemos siempre la importancia de que los niños se reconozcan como competentes, que se diviertan, que establezcan relaciones interpersonales cálidas y de confianza con sus compañeros y entrenadores y que el aprendizaje auto-dirigido ocupe un lugar de privilegio. La labor del entrenador de fútbol y del entrenador de menores específicamente es hoy inmensamente compleja e interdisciplinaria y, con los niveles de desarrollo que ha alcanzado el fútbol actual, una tarea que debe tomarse en serio.

 

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